Por las trochas monegrinas, por la Sierra de Francia, por Los
Ancares, y por todo el contorno perímetral del trasero de la rosa de los
vientos de esta España filibustera y amante de Frascuelo y de María, ya
estábamos todos los españoles amenazados por aquel Movimiento, que
estaba a punto de entrar en el pudridero de la España cañí, esa enorme
morgue granítica y llena de limo y de gusarapos donde habitan las manolas, el
capelo de Herrera Oria, los cráneos
sin ojos de los Borbones, la Enciclopedia de Grado
Elemental de Dalmau Carles, la voz
quebrada del Gitano Señorón,
la chistera de Canalejas, el pericón
de Eugenia de Montijo, las gardenias
de Machín, el caballo de Espartero y la pistola de Larra. Estábamos tan amenazados como
cuentan que lo está hoy el cernícalo primilla, el sisón, la avutarda, la
alondra de Dupont y el gato montés. Yo
no sé si ahora, casi medio siglo después de tanto desasosiego y tato Fet y de las Jons sería necesario hacer otro Valle de los Caídos que guardase
los restos de la esperanza de los que un día creímos en la democracia. Aquí
todo el mundo se dedica a robar lo que puede, da igual que puedan ir a la cárcel.
El dinero nunca lo piensan devolver. Aquel estraperlo del hambre de entonces se
ha transformado hoy en un saca de aquí para llevarlo allí. En el pudridero de
esta España cañí estamos casi todos, a los que ya nos clarea la raspa y el
corbatín se nos sale del cuello de la camisa. Los viejos se ven obligados a
ayudar a hijos, nueras y un rabo de nietos con una pensión de mierda; los
jóvenes tiran de maleta camino de la diáspora, no sabemos dónde, y los
chiquillos, ay los chiquillos, se esfuerzan aprender en colegios bilingües un
ingles de andar por casa, nada comparable al que hablaba aquel inglés que vino
a Bilbao por ver la ría y el mar...
No hay comentarios:
Publicar un comentario