Las simplezas casi siempre imprimen
carácter en los creyentes, como siempre han aseverado los doctores de la Iglesia que, al menos
según constaba en los rancios catecismos de la doctrina cristiana, tanto el “Ripalda” como el “Astete”, saben responder, como sobreviene, insisten, tras recibir
los sacramentos del bautismo y del orden. Pero no debemos olvidar que, por
ejemplo, en 1437 el obispo don Alonso de Madrigal, más conocido por El Tostado,
ordenase a los abulenses, fuesen cristianos, moros o judíos si contribuían con
madera, cal y ladrillos a las obras de la iglesia de San Nicolás. Muy poco
serio. Como nos recordaba Américo Castro, “de no haber existido conversos ni
Inquisición, no existirían La Celestina, la
poesía de fray Luis de León, la de Góngora, las obras de Cervantes y muchas
otras extraordinarias realizaciones”. Y ese autor añadía líneas más abajo que
“la subordinación de la cultura secular a la religiosa impidió a los españoles
incorporarse al curso de la civilización europea. Desde el siglo XVI, a medida
que avanzaba éste, fue desculturizándose Castilla. Se acabaron las matemáticas
y dejó de estudiarse a Copérnico en Salamanca. La física de Aristóteles se
juzgaba cristiano-vieja, mientras la física de Galileo y Newton era calificada
de judaica. Un científico de la talla de Jorge Juan todavía tuvo que escribir
que la tierra no se movía y hubo que esperar a 1900 y al conde de Romanones
para que el Estado, y no las provincias, pagasen a los maestros de
escuela”. Es cruel jugar con la aprensión
ajena, más todavía cuando tal siniestra perfidia se traduce en beneficio de
inventario.
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