Hoy hace cinco años que murió en Madrid Antonio Mingote. Por ahí conservo un ABC del día 4 de abril de 2012 dedicado a su figura. Si les digo la
verdad, a Antonio Mingote sólo le hablé dos veces en mi vida: una, con motivo
de una invitación que le hizo el Ateneo
de Zaragoza allá por principios de los 80. Todavía no ocupaba el sillón “r”
en la Real Academia. En aquella
ocasión, recuerdo que estaba acompañado de Emilio
Romero, el mismo personaje que días
antes del 23-F publicó un artículo en ABC
en el que criticaba duramente a Adolfo
Suárez, defendía la necesidad de 'un golpe de timón' y proponía al
general Alfonso Armada como posible candidato a presidente del Gobierno.
También, esa malhadada tarde mantuvo una conversación telefónica con su amigo
el ultraderechista condenado por el golpe Juan
García Carrés. A la salida de escuchar la charla de Antonio Mingote, la de
Romero no me interesó, le pedí un autógrafo. Y Antonio Mingote sacó de una
carpeta una cuartilla y me hizo con rapidez y oficio un dibujo que conservo. Se
trataba de una cara en forma de huevo hecha de un solo trazo (algo parecido a
un 4 y un 7 oliendo una flor. Un día decidí enmarcar el dibujo y me acerqué
hasta una tienda de chinos para adquirir un marco. Una vez puesto en la pared
del cuarto de estar me di cuenta que el marco era como de una maderilla infame
a la que le habían superpuesto un papel que tiraba a magenta, horroroso. Sin
pensarlo dos veces, recurrí a “kiwi” con el que me limpiaba los zapatos. Sin
agitarlo, le di una pasada a todo el marco dando por hecho de que me quedaría
fatal, demasiado oscuro. Pero no fue así. Enseguida observé que aquel ungüento
le daba una pátina estupenda, como de color roble y con vetas. Y ahí sigue
colgado, en el cuarto donde hago la vida, junto a unas maracas que me trajo mi
hija de La Habana,
donde leo la prensa, donde veo alguna película en la televisión y donde dejo
pasar la vida. La segunda vez, me lo encontré ya muy achacoso, ayudándose de un
bastón, por la Gran Vía
madrileña, cerca del Círculo de Bellas
Artes. Le saludé, le di la mano y ahí quedó todo. Todavía no había recibido
Mingote el título de Marqués de Daroca.
Eso sí, ya era alcalde del Retiro,
le había entregado la vara Tierno Galván.
También conservo un ejemplar de ABC del
sábado, 31 de agosto de 2013 donde se le daba el adiós a mi admirado Manuel Martín Ferrand. Mingote había
nacido en Sitges el mismo día, aunque de otro año, que murió Camilo José Cela, o sea, el día de San Antón. Un día contaba Mingote: “En
Sitges las escuelas tienen el nombre de mi abuelo. Fue un personaje muy
importante, estupendo. En cambio, a mi abuelo paterno no lo conocí. He conocido
a mi bisabuelo, el de Daroca, que iba vestido de baturro, con pañuelo en la
cabeza, etcétera... pero no es que fuera disfrazado de baturro, sino que era
así, un campesino aragonés fantástico. Bienvenido
se llamaba. Y a mí, que era muy pequeñito me llamaba Antón. Mi abuelo paterno era un tipo importante. Era el alguacil de
Daroca, director de la banda municipal, organista,
era de todo”. Aquí lo dejo. Antonio Mingote fue un hombre genial que siempre
estará presente en mi recuerdo.
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