Me parece magnífico que no se desperdicien alimentos, pero
pretender, como pretende la
Eurocámara eliminar la fecha de caducidad de determinados
productos de consumo es para echarse a temblar. ¿Cómo sabrá el consumidor el
tiempo que lleva una lata de escabeche o de espárragos en la estantería o
en el almacén de las grandes
superficies? Con la comida no se debe jugar, que luego pasa lo que pasa, por
ejemplo el botulismo por la ingesta de alimentos mal conservados. La comida,
como los medicamentos, son cuestiones delicadas. Los eurodiputados que forman
parte de la Comisión de Medio Ambiente recuerdan que hay que
eliminar los desperdicios alimentarios, que estima del 30% para 2025. Eso no
sucedería en las grandes superficies si llevasen buen control de stocks, o sea, conocer el nivel de
inventario, monitorizar su evolución y contar con cantidades más o menos
ajustadas para garantizar el correcto flujo de bienes en la cadena de
suministro. Hay una cosa que se llama just in time, que tiene como objetivo reducir los costes
mediante la reducción al mínimo del inventario. Los productos que se entregan
cuando se necesitan y se utilizan inmediatamente. Existe el riesgo de quedarse
sin existencias, por lo que es imprescindible estar seguro de que los
proveedores pueden abastecer bajo demanda de forma inmediata, tal y como se
lleva a cabo con las piezas y componentes en la fabricación de automóviles.
Abrir la veda a la comida putrefacta o poder hacer desaparecer el pernicioso
aceite de palma en las etiquetas de las chocolatinas infantiles, que todo se andará, para que se sigan
produciendo y consumiendo es el último estadío del Estado del malestar, al que
estamos abocados por la profunda crisis económica que agobia al país. Una cosa
es permanecer en la UE
y acatar sus directivas y otra muy distinta tener que pasar por las
insensateces manifiestas que se les ocurren a
unos ociosos eurodiputados que ganan más de 8.000 euros mensuales antes
de impuestos, trabajan tres días a la semana, viajan en clase business plus y pueden ser recogidos al
pie de la aeronave en coches de lujo que les llevan hasta la terminal.
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