Estaba duro Hermann
Tertsch con su canto a la desesperanza ayer en ABC. En su artículo Desolación
y orfandad, Tertsch ponía el dedo en la llaga: "Donde creían tener un campo amable
para preparar la siguiente legislatura de subsistencia, comprueban que lo que
tienen delante es una inmensa escombrera. Y quizás en ascuas. Es lo que tiene
subsistir sin ideología ni ideas, ni planes ni programa. Lo que tiene estar
obsesionados en la autodefensa, en refugiarse en armonías ficticias, huir del
conflicto, ignorar o dar patadas hacia adelante a todo problema y comprar tiempo de gobierno hasta
a los peores enemigos de la legalidad, de la convivencia, de la unidad
nacional". (...) "Estallan conflictos internos con fantasmas del pasado que
siempre son presente cuando nada se quiere dirimir. Y no existe ya cohesión ni
en torno a ese líder inmutable, convertido en patético personaje sin nadie que le
diga una
verdad, le muestre la realidad ni corrija sus deformaciones". Lo del “Caso Lezo” lo conocían todos, pero
esperaban, también Cifuentes, que
nadie levantase la alfombra del Canal de
Isabel II. Dice Alberto Garzón
que “los corruptos son los que ponen los fiscales anticorrupción”, en
referencia al fiscal Manuel Moix,
calificado por Ignacio González como
“uno de los suyos”. Sigue diciendo Tertsch: “El espectáculo es desolador.
Porque no se le adivina consuelo. No hay en el escenario político y en los
cuadros dirigentes de la sociedad española nada ni nadie que ofrezca el músculo
moral y político para un golpe de timón que saque a España de este desesperante tratamiento extremo de la alternancia entre
náusea y zozobra. Los que no tuvieron el patriotismo y el sentido del deber de
abandonar la escena han servido de pretexto para que irrumpan en ella manadas
de ignorantes, oportunistas, savonarolas semicultos y hampones. Y no hay
patriotismo y sentido de deber que convoque a los mejores españoles a la
política y al servicio público. Quienes podrían ayudar huyen de la política
como la peste que hoy parece”. Más claro, agua.
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