Hoy, Antonio Burgos
está espeso en su artículo de ABC de
Sevilla. Empezaré por el final: “Sí,
ahora”. Ese sí, ahora, hace referencia a la guerra que, según él, ahora
quieren ganar los que la perdieron. Y para el que todavía no lo sepa, señala,
“la verdad de la Historia
es que la guerra la ganaron los nacionales y la perdieron los republicanos [se
agradece que no les llame rojos]. Ocurrió un 1º de abril”. Menos mal que
Burgos nos ha sacado a todos de dudas. Este columnista se enfada porque en su
día, hace ya una generación, se quitase
el rótulo de “Avenida del almirante
Carrero Blanco” y se colocase otro en su lugar dedicado a Adolfo
Suárez. Se sabe, y no es mi estilo hacer chirigota de ello, que Luis Carrero Blanco fue el político que
voló más alto, tan alto que sobrepasó la cornisa de los jesuitas en la calle
madrileña de Claudio Coello. Lo cierto es que nunca se esclarecieron del todo
las circunstancias de su asesinato (ya pasó con Prim), los autores materiales del atentado (todos ellos miembros de
ETA) tampoco llegaron a ser juzgados por esos hechos y tras la muerte de Franco se beneficiaron totalmente de la
amnistía concedida en 1977. Y también es cierto que Franco, al conocer su
trágica muerte, dijo aquello de que “no
hay mal que por bien no venga”. Pero se conoce que en 2008 se desclasificó
una nota de la embajada de los Estados Unidos en Madrid al Departamento de
Estado del Gobierno americano en el que se afirmaba que “El mejor resultado
que puede surgir... sería que Carrero desaparezca de escena, con posible
sustitución por el general Díez Alegría o Castañón”. Tampoco, que durante la Guerra de Yom Kipur,
octubre de 1973, el hecho de que Carrero Blanco impidiese a los Estados Unidos
usar las bases españolas de utilización conjunta llevó a la agencia soviética TASS a declarar que la CIA “había
asesinado a un político franquista de
tendencia nacionalista que se niega a entrar en la OTAN y a cumplir ciegamente
las órdenes de Washington”. Nunca se ha sabido, por otro lado, quién
fue el “hombre de la gabardina” que
entregó los horarios y rutas del rutinario presidente del Gobierno en el
madrileño Hotel Mindanao. No voy a
“entrar al trapo” de seguir opinando sobre el resto de la columna de Burgos en ABC, donde éste echa pestes contra Rodríguez Zapatero, otro presidente del
Gobierno sobre el que Burgos entiende que “dio
la vuelta al calcetín de la
Historia” al conseguir mediante una ley poderse abrir las
cunetas. De niño siempre escuché a mi maestro, suscrito al diario de los Luca de Tena, que el ABC (el ABC “verdadero”, como dice Anson)
era “el
ave que volaba más alto”, en referencia a que llegaba a muchos lugares del
mundo por vía aérea. ¡Qué ironía, Burgos, qué ironía! Hoy, por desgracia para
los lectores que leen a este columnista trasnochado, el ABC (el ABC de Vocento, quiero decir) tiene a mi entender vuelo de gallinácea, que
como todo el mundo sabe se limita a traspasar cercas y poco más. Y bien que lo
siento. Burgos debería pensar lo que escribe antes de enviarlo a la redacción.
Por ejemplo, que Rodríguez Zapatero “exhumó los odios que la concordia nacional
había enterrado para siempre con la Monarquía...”. Eso que se lo cuente Burgos, sí,
ahora, a las viudas y huérfanos cuyos maridos y padres fueron “paseados” o
encarcelados por defender la libertad y la Constitución aprobada
el 9 de diciembre de 1931 por las Cortes Constituyentes.
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