miércoles, 26 de abril de 2017

Promesas de andén





¡Ay, cuando el artista se cae del trapecio...! ¡Qué desconsuelo la de aquél al que nadie le recuerda! La soledad de quien se va marchitando en la solana en un rincón del jardín y buscando un calor que no cuesta dinero, aunque ahogándose en los rellanos de la escalera y en los vahos intensos de la melancolía. El teléfono ya no suena con insistencia. El cartero tampoco llama dos veces. Es sólo un adminículo más del bazar de los chinos, que nos invade la estantería y que todavía nos produce dolor el día en que se tira y se destroza, en un intento de pasarle el trapo para quitarle el polvo. Al menos en la caracola intuimos el murmullo del mar. En el auricular, en cambio, sólo un final de una carrera que conduce a ninguna parte. Eladio Romero García, en el prólogo de su libro “Guerra civil en Aragón” decidió un día llamar a las cosas por su nombre “... hablando de rebeldes, fascistas o franquistas, y no de tropas nacionales”. Después de tantos años transcurridos, pese a la diferencia de ambos conceptos, nos quedan la aceptación y la resignación, aún percibiendo de antemano que al aceptar cualquier cosa, lo que fuere, perdemos siempre la urgencia. Es necesario no mirar hacia atrás para no convertirnos en estatua de sal. Tampoco hay que mirar hacia delante. Sólo importa el presente, este instante, el perfume de una flor, el trino de un jilguero y el latido de un  pulso cada vez más débil. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... En la película griega “Un toque de canela”  escuché algo que le decía ella a él y que me impactó profundamente: “No mires, no mires atrás en los andenes, porque la mirada permanece como una promesa”.  Una tarde, en Lisboa, me senté en un velador junto a la estatua de Fernando Pessoa, que nunca estuvo en España salvo en una breve escala en las Islas Canarias. Decía que era un occidental extremo. “Cansa ser, suele sentir, pensar destruye...”.

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