Como decía el baturro, “de lo que tenemos no nos falta de
nada”. Pues bien, desde la muerte de Franco
y el entierro de Fraga no se habían
hecho tantos elogios funerales como con la reciente muerte de José Utrera. Que el suegro de Ruiz-Gallardón, imputado en crímenes
de lesa humanidad, haya ido a morirse en la semana más dura para el PP con la Operación
Lezo echa sal en las heridas, justo cuando el juez Velasco ve indicios de "compra
fraudulenta y supuesta malversación" en el sobreprecio pagado por el Canal de Isabel II por la compra de la
sociedad Inassa en 2001, siendo
Gallardón presidente de la
Comunidad de Madrid. Y en su funeral, donde se encontraba la
incombustible Carmen Franco Polo,
pudo verse a Ruiz-Gallardón sacando el ataúd a hombros, como cuando a Curro Romero le sacaban por la Puerta Grande de La Mestranza sin haber dado
tres pasos de fuste con la muleta a ninguno de los dos pablorromeros que le habían tocado en suerte. Y a la salida de la
plaza, todavía se acercaban las gitanas para ponerte en la solapa una ramita de
romero a cambio de un “Dios se lo pague”. ¿Pero esto qué es? A la salida del féretro de Utrera en Nerja,
los ultras vivos aunque achacosos, con camisas azul-mahón y con más escamas que
los caimanes del Mioceno, aún tuvieron pulmón para cantarle brazo en alto el Cara al Sol y dar vivas a Franco y a José Antonio, dos carcasas inertes de
bombas de tornillo presentes en Cuelgamuros. Se ha muerto un fascista sin
cambiar de bandera. Antonio Burgos,
aprovechando que el Guadalquivir pasa por Sevilla, le dedica su artículo de hoy
en la edición de ABC de Sevilla y
recuerda la riada de noviembre del 61, el Tamarguillo, las viviendas sociales
que pareciera que Utrera las hubiese pagado de su bolsillo, su guardia en los luceros...,
¡madre mía, cuanto aparato eléctrico para tan pequeña tormenta!
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